viernes, 27 de abril de 2012

El SOL, algo más que un astro. MITOLOGÍA DE LA LUZ EN LA CATEDRAL DE CUENCA

MANTO DE LUZ. MITOLOGÍA DE LA LUZ EN LA CATEDRAL DE CUENCA

EL SOL, ALGO MÁS QUE UN ASTRO
Pensando científicamente, el Sol no es una estrella excepcional, simplemente es una de las miles de millones de estrellas que habitan nuestra galaxia denominada Vía Láctea. Si perdemos la parte científica de nuestro tiempo y nos trasladamos a los inicios de la historia, es lógico que el hombre primitivo asociara los fenómenos naturales a fuerzas sobrenaturales y que los adorara como a dioses, así el Sol, el rayo o la lluvia; explicaba de esta manera su existencia y sus incidencias en su vida diaria.
Photo of Mossi in the southwest by Leo Frobenius, about 1812
El sol ha estado presente en la imaginación humana desde el mismísimo despertar de los tiempos, sufriendo una evolución diferente en su tratamiento simbólico o mítico. Aunque no ha estado presente en las pinturas rupestres del paleolítico superior (hace 4.000 años) sí queda constancia de sus ritos como lo expresa el antropólogo alemán Leo Viktor Frobenius  (1873-1938), quien describe que después de proponer a sus guías la caza de algún antílope para su consumo al escasear la comida, éstos al amanecer despejaron un claro de arena y dibujaron en él la figura de un ejemplar, esperando la salida del sol para que iluminara la figura pintada. Los nativos dispararon flechas sobre la figura pintada en la arena, simbolizando su caza, mientras que las mujeres levantaban los brazos hacia el sol gritando como una súplica; acto seguido, los cazadores corrieron al bosque en su busca, cuando regresaron con un antílope, terminaron el ritual extendiendo sobre el dibujo la piel del animal en agradecimiento al ejemplar conseguido. A partir de la asociación con la caza hay una evolución diferenciada del significado simbólico del Sol según va avanzando la civilización.

Este cambio se detecta en los mitos de diversas culturas en las que el Sol es simplemente un personaje mítico de segundo orden, así lo vemos en el mito griego de Helios, el Sol. En el relato que Homero hace de las vacas, el Sol es el brillante astro que reclama la ayuda a Zeus. Helios poseía unos rebaños de bueyes que nunca aumentaban ni disminuían, ya que no morían ni se reproducían. Lo mismo pasaba con el rebaño de ovejas que producía una lana de excepcional lustre, estas maravillosos rebaños pastaban con entera calma en los prados de la isla del Sol. Cuando Odiseo y sus hombres arriban a la isla observan este paisaje tan bucólico  y extraordinario. El hambre que traían les incitó a desobedecer de no tocar animal alguno, y alentados por Euriloco acabaron con los mejores animales del rebaño de Helios.
La mitología griega alude en varias ocasiones al sol. Se decía que había permanecido mucho tiempo en la más completa oscuridad al renegar Helios de ser el Sol. Así se lamentaba: “Mi existencia no ha podido ser más agitada desde que existe el universo. Jamás cesé en mi trabajo y jamás fui recompensado. Si nadie quiere mi carga, debe el mismo Zeus (Júpiter) guiar mi carro, que puede ser oficio menos cruel que el de privar de sus hijos a los padres. Cuando él se dé cuenta de todo lo trabajoso que resulta conducir mis caballos, es fácil que se sienta movido por mayor misericordia”.(Homero, Odisea, Canto XII, 140)
Viaje de Ulises y los Argonautas
Para algunos investigadores, el mito del sol es una trasposición libre e imaginativa de las experiencias humanas, en cambio, para otros representa una tentativa rudimentaria de explicación de los fenómenos naturales.
No hemos de olvidar el carácter específicamente religioso del mito. Es normal que los mitos narren los orígenes de los fenómenos naturales sin tratar de explicarlos. El mito garantiza la estabilidad de la realidad existente en el momento de su aparición. Siendo el Sol la fuente principal de la vida, es natural que haya sido la figura central en casi todas las religiones o mitologías primitivas.
Re-Horakhty y Osiris
En la cultura egipcia, existían bastantes mitos que describían el cielo como el océano por donde viajaban en barco: el sol, la luna y las estrellas. La aparición del sol por las mañanas se explicaba por la existencia de un río subterráneo, por donde el sol atravesaba de noche el bajo mundo. De entre las tres tradiciones cosmogónicas, la más interesante es la de Heliópolis en el Bajo Egipto. Atum emergió de los desperdicios de Nu y descansó en la colina original. En el año 2300 a.C., Atum se relacionó con Ra, el dios Sol, como símbolo del advenimiento de la luz en oscuridad de Nu. Atum dio existencia a la primera pareja divina: Shu (el aire seco) y Tefnut (la humedad). Según la tradición, Atum es separado de Shu y Tefnut, pero en su reencuentro, al llorar de alegría se transformaron en el hombre

En el Alto Egipto (Hermópolis) emergen ocho deidades de Un, las que crearon una flor de loto “que flotaba en las aguas de Un” de la cual surgió el dios Sol.
La creación del mundo es el resultado de la voluntad del dios Sol, al nacer como un niño entre los pétalos de un loto. A este mito corresponde la ofrenda en los templos de un loto de oro que evoca el cotidiano regreso de la luz a una creación recomenzada.
En civilizaciones posteriores, muchos dioses se convirtieron en dioses Sol bajo las formas de Amon-Ra y Khnum-Ra, dando el reconocimiento debido en cada civilización a la fuerza creadora que era el Sol. Osiris era el Dios de la eterna renovación.
La culminación del Sol en el antiguo Egipto llegó con la breve revolución religiosa del faraón Akenatón en el siglo XIV a.C. El sol fue exaltado como el creador de la humanidad, proscribiendo a los demás dioses y Akenatón se declaró así mismo el único intermediario entre el Sol y la tierra.
En la religión sumeria también aparece el dios Ud o Utu, “luz” que ocupa un lugar destacado y se toma como el dispensador de la vida. El sol es un elemento esencial en la vida del hombre y de la fuerza vital de la naturaleza. El hombre busca el amparo de la claridad del sol en lucha con la oscuridad y en contra de los poderes malignos que conlleva la oscuridad.
Surya
En China, su religión evolucionó desde la adoración de los fenómenos naturales que premiaban o castigaban las conductas humanas. En la foto, se muestra a Pan-Ku, gigante que según la mitología china, salió de un huevo, portando dos elementos, el Yin y el Yan. El primero formó la Tierra y el segundo el cielo. Este gigante vivió dieciocho mil años. Al perecer, el Sol y la Luna emergieron de su cabeza, los ríos y los mares de su sangre, el trueno fue originado por su voz, y de su respiración se creó el viento. Las personas surgieron de sus pulgas. Las doctrinas racionalistas del Tao reemplazaron estas antiguas creencias.

En la India, el sol personificado como “Surya” era un Dios hindú. Se le consideraba maléfico por los “dávidas” del sur y benéfico por los “munda” de las zonas centrales. En Babilonia también adoraban al Sol, y en Persia la adoración del Sol formaba parte del elaborado culto a Mitra que posteriormente se extendió al Imperio Romano. 

El culto a Mitra
En Grecia, las deidades del Sol eran Helios y Apolo. La adoración a estos dioses estaba muy extendida. Se construyeron templos en su honor en Corinto, Argos y en otras muchas ciudades. En la Isla de Rodas, el culto al Sol era más sobresaliente que en el resto, la isla recibía el nombre de “Isla del Sol”; donde cada año se sacrificaban cuatro caballos blancos. Los narradores de mitos se referían al sol con frecuencia como en la historia de “Apolo y Dafne”, donde el Dios griego Apolo, enamorado tras ser alcanzado por una flecha de Cupido, persigue a la ninfa Dafne, que le ha rechazado. Dafne pide ayuda a los dioses y la convierten en un árbol de laurel.

La adoración del sol en Roma estaba enturbiada por el uso que hacía de ello la política. Estaba bastante extendido el culto a Mitra que fue importado desde Persia. Mitra era el Dios “Toro” (relacionado con la constelación de Taurus), se representaba un banquete con el Sol y también como a un Dios solar que mataba al toro; por todo ello se le conoció como Helios, el dios Sol, como Sol Invictus, el Sol invencible.

La adoración del Sol continuó en Europa incluso después de la introducción del cristianismo, según sus costumbres, el pueblo siguió celebrando sus fiestas como lo venían haciendo. La cristianización de las fiestas paganas fue la única solución al cambio social que se presentaba.
Con la llegada del cristianismo, se dedicó el primer día de la semana al culto divino, era el "dies dominica" o Día del Señor. Como fiestas anuales se instauraron la Pascua y Pentecostés, ambas de procedencia hebrea. La primera conmemoraba el hecho fundamental, la muerte y resurrección de la esencia del cristianismo, y Pentecostés evocaba la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Ambas fiestas son de origen apostólico y durante algún tiempo fueron las únicas celebradas por los cristianos. La tercera que se añadió fue la Epifanía o manifestación del Señor a los gentiles, que figuró antes en las iglesias orientales.

   
Una de las más polémicas fue la festividad de la Pascua, ya que era distinta para las Iglesias de Oriente, por lo que el Sínodo de Arlés y posteriormente el Concilio de Nicea, año 325, decretaron que "la Pascua cristiana tuviera lugar el primer domingo después de la primera luna llena del equinoccio de primavera, y el domingo de Carnaval se situaría siete semanas antes de esta fecha". (Revista Vivat Academia. Docencia e investigación, Sep. 2008 Nº 28)
Concilio de Nicea - Capilla Sixtina. El Vaticano
Posteriormente, la Iglesia impulsó el año eclesiástico haciendo que las fiestas fueran más solemnes, así nacieron la Circuncisión del Señor (1 de enero) y la Invención de la Santa Cruz (3 de mayo). El esplendor del culto medieval generó la festividad del Corpus, celebrándose por primera vez en Lieja (1246).
Las fiestas dedicadas a la Virgen fueron en aumento tras el Concilio de Éfeso (siglo V) y por las nuevas órdenes mendicantes. A estas fiestas añadieron los cristianos otras muchas dedicadas a mártires y santos: San Esteban, San Lorenzo y San Martín. Su veneración dio origen a la literatura hagiográfica; se aumentaron las actas de los mártires, algunas sin rigor histórico pero que gestaron los Martirologios (Sinaxarios en oriente) que eran listas de los santos más venerados con la indicación de la fecha de su muerte o martirio. Ya en el S. XVII, aunque tratado en el largo Concilio de Trento, las fiestas de precepto se habían disparado en número, como en la antigua Roma, pues los obispos tenían facultad de prescribirlas en sus diócesis respectivas. Por eso, el Papa Urbano VIII en el año 1642, en su Bula Universal redujo a 34 las fiestas mayores, fuera de los domingos.

Después de Urbano VIII hubo otro recorte, dado que en algunas ciudades el número de días festivos casi se equiparaba con los no festivos, esta poda la llevó a cabo el Papa Pio X (1911) para favorecer a las clases más pobres.
José María Rodríguez González


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