martes, 23 de julio de 2013

El reloj de la Catedral de Cuenca


Reloj Catedral de Cuenca. Siglo XVI

EL RELOJ DE LA CATEDRAL

Por: José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.

Los hombres siempre hemos vivido al amparo del tiempo, unas veces hemos pensado si este concepto ha sido inventado o es algo real, lo cierto es que controla el devenir de nuestras vidas.

Hasta que el reloj se generalizó socialmente y se hizo portable han pasado muchos siglos. Intentaré centrarme en la época más importante, socialmente hablando, que tuvo el reloj, como fue el Medievo entre los siglos XIV al XVII.
El concepto del tiempo para el hombre del Medievo está enclavado en dos conceptos distintos. El primer lugar tiene un carácter físico: el Sol, en segundo lugar un carácter espiritual: el repique de campanas, de esta manera se manifiesta la dependencia del hombre respecto a la naturaleza. Hasta esa época los relojes de sol, de arena, la clepsidra o las velas eran los instrumentos que se usaban para calcular el tiempo que durante siglos estuvo en mano de la iglesia al introducir en el calendario cristiano los tiempos litúrgicos acomodados a las grandes divisiones del año, como el Adviento, Epifanía, Cuaresma, etc.

Las horas estaban inspiradas en las reglas monacales y las campanas de las iglesias y monasterios se encargaban de recordarlas. Este sistema dividía el día y la noche en períodos iguales: Maitines, Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas.

Es en estos siglos cuando el concepto de tiempo cambia radicalmente con el nacimiento de las ciudades y la introducción del reloj en la vida urbana.

Se entabla una conflagración entre la iglesia y la burguesía que con la ayuda de los progresos tecnológicos y la aparición del reloj en las ciudades modifica el ritmo del tiempo. Los relojes de las torres y atalayas se consolidan frente al tiempo clerical del repique de campanas en las iglesias y conventos, produciéndose una alteración en la hora nona, es trasladada al mediodía. Esta pequeña variación es debida a la necesidad de subdividir el tiempo de trabajo más racionalmente, permitiendo una jornada de trabajo de sol a sol, didividas en dos medias jornadas equivalentes en cualquier época del año. Sin embargo aún pasarán varias décadas para conseguir llegar a controlar la división del día en 24 horas.

El nuevo tiempo ya no es divino y propio de Dios, sino que pasa a pertenecer al hombre que tiene el deber de administrarlo y utilizarlo con sabiduría. La utilización de sistemas de medición del tiempo fue fundamental para el desarrollo de las diversas actividades del tiempo a través de los relojes instalados en las torres de las iglesias y de los ayuntamientos.

La respuesta a los nuevos tiempos nos la da el reloj mecánico europeo; documentado en torno al 1300, que sustituirá a los anteriores sistemas.

El primer reloj mecánico, más antiguo que ha llegado hasta nuestros días es el de la catedral de Salisbury en Inglaterra, del año 1386. Durante los siglos XIV y XV aparecen relojes mecánicos en muchas ciudades de Alemania, Francia e Inglaterra. En Italia, fue Milán la primera en instalar en la torre del campanario el reloj mecánico.

Fue el rey Carlos V de Francia quien mandó colocar en la torre de la Cité de París el primer reloj público. Este reloj aún se conserva, al igual que el de Praga, uno de los más famosos de Europa. Se trata de un reloj astronómico, denominado “Orloj”, que fue realizado alrededor de 1486 por Nicholas de Kadan y Jan Sindel.

El hecho de tener este tipo de relojes provocó que naciera el nuevo oficio de RELOJERO que fue tan relevante en la ciudad de Colonia que disponía de su propio gremio.

En reloj de la Catedral de Cuenca se desconoce el momento de su colocación (sobre el siglo XVI) y el de su autor. Se tiene conocimiento de los relojeros que lo asistieron por los apuntes en el libro de fábrica de la Catedral. Es un reloj con calendario lunar, indicando gráficamente las fases de la Luna. El primer relojero que atiende el reloj data del año 1547 por lo que probablemente fuera por esas fechas cuando fue instalado en la Catedral.

Los relojeros que en ella se nombran son los siguientes:

Alonso Beltrán (el viejo) fue relojero de la catedral de 1547 a 1574, percibía por ello un salario de 3000 maravedíes y 18 fanegas de trigo al año.

En 1554 se le paga su salario de relojero de la catedral y a demás 50 ducados a cuenta del reloj que estaba haciendo (ACC, Libro de fábrica, 1548.1790, fols. 66v, 67c).

Francisco Beltrán obtiene el nombramiento de relojero a la muerte de Alonso Beltrán, en 1575 hasta 1613, con un salario de 3000 maravedíes y 18 fanegas de trigo al año. A partir de 1605 le aumentan el salario a 5000 maravedíes.

Francisco Beltrán era cerrajero, herrero y relojero, desde que en 1575 obtuvo el nombramiento su actividad en la catedral se centraba principalmente en el cuidado del reloj y en todo lo relacionado con las albores del hierro, también hay que destacar la fabricación de cohetes que desde 1585 se lanzaban en la fiesta del Corpus Chisti. A demás participó en la construcción del chapitel de la torre de las Campanas, cuya traza había realizado el arquitecto conquense Francisco de Mora, fallecido en 1613.

En 1609 se le pagan a Francisco Beltrán la cantidad de 3264 maravedíes por ocuparse de aderezar y hacer ciertas piezas que le faltaban al reloj.

En 1610 se hace efectiva la subida de su salario que años atrás los señores capitulares habían acordado. También se anota que recibe ayuda para reparar el reloj de un oficial de Pedro Arenas.

En 1613 se notifica el fallecimiento de Francisco Beltrán, recayendo el nombramiento en Pedro de Arenas. En ese mismo año de 1613 le sucede de relojero, Pedro de Arenas que cobraría un salario de 5000 maravedíes y 18 fanegas de trigo anuales.

Pedro de Arenas, además de la labor de relojero, ejecutó una serie de trabajos. En 1617 realiza unas lenguas para las campanas de la catedral que le obligan a viajar a Tragacete. En 1618 fabrica llaves para la puerta principal del claustro y las de una alacena que el entallador Juan del Villar había hecho para los libros (Mª Luz Rokiski Lázaro, “Las rejas de la catedral de Cuenca en la primera mitad del siglo XVII).

Pedro de Arenas cobra su último salario en 1644 al morir ese año.

Algunos personajes acaudalados del siglo XVI y gente de la aristocracia presumían de tener un reloj en su domicilio, aunque no dejaba de ser una rareza eran considerados más un juguete que un instrumento de precisión. Es un hecho que el pueblo del Renacimiento, a pesar de los avances técnicos en cuestiones de cálculo del tiempo, sigue rigiendo su vida diaria por las campanas, han de pasar algunos años más para contar su tiempo de forma natural.

Con relación a la torre de MANGANA que alberga el reloj de la ciudad de Cuenca, cuenta Cabeza de Vaca que emergía entre un abigarrado conjunto de casas, a partir del siglo XVI, una torre de piedra edificada con la exclusividad de situar en ella el reloj. En las crónicas de este siglo encontramos que el reloj era propiedad de Hernando de Montemayor, regidor de la ciudad, el cual cansado de soportar sobre su cabeza el constante ruido de la maquinaria, hizo construir la torre. La obra fue ejecutada por Juan Andrea Rodi, según demuestra Elena Lázaro en su artículo, cuyo título es “Historia del reloj de la ciudad”. Gracias a este hecho la ciudad de Cuenca tuvo su reloj público, que en la actualidad sigue manteniendo el nombre de Torre de Mangana.

Cuenca, 23 de julio de 2013

José María Rodríguez González





jueves, 18 de julio de 2013

Torre de Mangana. Latido de una ciudad

TORRE DE MANGANA. LATIDO DE UNA CIUDAD


Torre de mangana. Principios del siglo XX

La ciudad de Cuenca, una vez conquistada, no tardó en cambiar su aspecto urbano. Los musulmanes quedaron en su barriada. Los judíos se establecieron en la zona de Zapaterías. El resto de la ciudad fue ocupada por los cristianos.

Como en cualquier ciudad medieval, la vida del pueblo se desarrollaba alrededor se su Plaza Mayor y de la que partía un entramado de calles con sus casas, donde se ubicaban los talleres de artesanos y tiendas de mercaderes.

Las murallas fueron restauradas; poseían seis puertas y tres pórticos comunicándose por ellas con el exterior, en las noches seguían siendo cerradas para defender a la ciudad de posibles ataques inesperados.
La primera iglesia, levantada en el siglo XIII, que se construyo fue la de San Pantaleón, en la actual calle de San Pedro, sólo queda el arco de la puerta y algunos partes de la fachada, donde podemos encontrar algunos símbolos y elementos referentes a la Orden del Temple como un caballero alanceando a un dragón en el capitel derecho del arco de la portada.

En la misma época se construyeron las iglesias de San Miguel y la de San Juan en la parte del río Júcar. La iglesia de San Juan fue construida adosada a la muralla y cerca de ella se abría una de las puertas de la ciudad. Los musulmanes llamaban a ese acceso “Al Jara” (La esquina). Por esta puerta era costumbre que la cruzaran los rebaños que pastaban en las proximidades al río Júcar.

En la vertiente del río Huécar, nos encontramos con las iglesias de San Gil, que fue construida en el siglo XV y que a finales del XVIII el obispo Flórez de Osorio decidió hundirla al considerar su mal estado. Pegado a la iglesia existió un hospital y un colegio, llamado, de Santa Catalina. Fue una de las primeras iglesias conquenses.
Torre de Mangana. Siglo XVII

La iglesia de la Santa Cruz, se sabe que a mediados del siglo XVI, Juanes de Mendizábal el Viejo, inició la reforma del templo en el año 1568 y dos años después realizó el ábside y la sacristía.

Otra de las iglesias que hubo, fue la iglesia de San Martín, que da nombre al barrio. Era una iglesia de estilo románico. Quedan resto de la transformación que sufrió en el siglo XVI al estilo plateresco.

En el centro de la ciudad estaban las iglesias del Salvador y San Andrés. La iglesia de San Andrés fue construida en el siglo XVI y la del Salvador en el XVIII sobre una antigua parroquia del arrabal del mismo nombre, construida tras la conquista de Cuenca. De su exterior destaca la torre y la portada barroca.

Con relación a las habitantes de la ciudad hay que destacar las contiendas entre bandos nobiliarios entre las familias de Lope Vázquez de Acuña y la de Diego Hurtado de Mendoza. 
Entre los siglos XIV y XV, se configura la parte de extramuros de la ciudad, dando lugar a la aparición de los barrios de San Antón y el de los Tiradores.

Con todo esto el aspecto de la ciudad de Cuenca fue de una ciudad con muchas iglesias, una muralla que circunda la ciudad y un conjunto de casas que se van adosando a esas murallas. Con todo ello, Cuenca el siglo XVI, se convirtió en una ciudad pujante e industrial atribuido, sobre todo, a la producción textil y ganadera, con la transformación de la materia prima, aparecen los lavaderos, tintorerías y tejedores; todo esto da lugar a la producción de alfombras y al comercio de paños.

Es en este siglo XVI cuando sufre una transformación la torre de Mangana, convirtiéndola en el reloj de la ciudad. El 11 de julio de 1585 murió quien mandó construir la torre para el reloj de Mangana que fue D. Hernando de Montemayor. En un documentos sobre las sinagoga de Cuenca ubicada en el llamado barrio del Alcázar, puede comprobar que el reloj estaba situado, primeramente en la parte alta de una casa, que en el siglo XVI era propiedad de Hernando de Montemayor, regidor de la ciudad, el cual cansado de soportar sobre su cabeza el constante ruido de la máquina, hizo construir la torre. La obra fue ejecutada por Juan Andrea Rodi.

En 1531, el Ayuntamiento le encarga el cuidado del reloj, que estaba en el barrio del Alcázar, a Esteban Limosín. Este importante maestro, era francés de Lomoges. Tras una corta estancia en Sevilla y Burgos, se estableció en Cuenca en el año 1523. En 1527, contrajo matrimonio con Ana García de Torremocha. El Concejo de la ciudad le estableció un salario de ocho ducados al año por la conservación y cuidado del reloj de la ciudad. El Concejo, el 19 de diciembre decidió alquilarle la casa que Julián de Guadalajara tenía al lado de la torre, en la cual se instaló, siendo necesario pasar por ella, para acceder al reloj.

El 6 de febrero de 1532, el Ayuntamiento de Cuenca pagó cuatro ducados por la cruz y veleta de hierro con las que coronó la torre en la que estaba el reloj de la ciudad (AMC Actas del Concejo 1532 (leg. 244. fol. 33v). Otro dato importante sobre la torre nos la da el libro de Actas del Concejo de este mismo año, adjudicando al carpintero, Alonso de León, la obra del chapitel de la torre del reloj, según se estipula en las condiciones, tendría que ser hecha “a contentamiento” de Limosín (AMC leg. 1495, exp. 20).

Tres años más tardes en día 16 de octubre de 1534, los señores del Concejo acuerdan designar un nuevo relojero pues el que había, se supone que aluden a Esteban Limosín, “no sabía lo que hacía”, y para justificar su decisión recurren a la Providencia Real, según la cual el nombramiento de relojero sólo se podía tener durante un año. (AMC, Actas del Concejo, 1534 (leg. 245), fol.127).

El siguiente relojero que aparece en las Actas del Concejo de 1535, es Alonso Beltrán (El viejo) al que se le da un salario de 2000 maravedíes.


Mangana con cúpula de chapa

El 3 de marzo de 1575, Juan Alonso de Valdés, en nombre del Ayuntamiento de Cuenca, le comunica a Francisco Beltrán, que han acordado que su padre siga teniendo el nombramiento de relojero de la ciudad y por tanto que también continúe cobrando su salario pues “ha servido mucho tiempo y es muy viejo” aunque realmente quien se encargará de todo el trabajo, relativo al cuidado del reloj, será él.

El 8 de marzo de 1575, se informa a los Sres. del Concejo de la muerte de Alonso Beltrán y estos proceden a nombrar nuevo relojero a su hijo Francisco Beltrán, que cobrará 3000 maravedíes y 18 fanegas de trigo al año.

El 20 de octubre de 1589, los Sres. del Concejo fijan el salario del relojero de la ciudad en 20 ducados al año.

El arquitecto Juan Andrea Rodi realiza unas obras de mantenimiento en el siglo XVI y pasa inalterable hasta el siglo XVIII que con la caída de un rayo debe de ser de nuevo reparada encargándose de ello el
arquitecto Mateo López, reparando los importantes daños sufridos en la torre.

En el siglo XIX el Ayuntamiento decide cambiar el remate de la torre ya que en 1862, el chapitel se encontraba en muy mal estado.
Torre Mangana. Aspecto actual

Ya en el siglo XX el aspecto de la torre cambia notablemente con la reforma del arquitecto Fernando Alcántara, inclinándose a un estilo neo-mudéjar. Suprime el chapitel por completo y en su lugar realiza una pequeña construcción para albergar las campanas, de planta cuadrada que cubre con una pequeña cúpula. Las paredes fueron decoradas con motivos islámicos y las almenas escalonadas nos recuerdan a la mezquita de Córdoba.

En 1968 se robustece la torre, encargando el proyecto a Víctor Caballero, que le da un carácter fortificado y de arquitectura militar. Dotó a la construcción con un matacán y lo remató sin tejado.

La última remodelación que sufre la torre es en 1970. El proyecto pretendía dignificar la torre, al haberse convertido, en estos tiempo, en un monumento artístico y uno de los símbolos de la ciudad de Cuenca.

18 de julio de 2013

José María Rodríguez González