martes, 29 de abril de 2014

La capilla del Espíritu Santo y D. Andrés Hurtado de Mendoza

La capilla del Espíritu Santo, vínculo de unión entre dos ciudades.


Los restos mortales del fundador de la ciudad de Cuenca de Ecuador descansan en la capilla del Espíritu Santo de la Catedral de Cuenca
Hay que felicitar al Cabildo Catedralicio por hacer visitable la capilla del Espíritu Santo, desde el claustro, por su entrada principal. Coincidiendo con este acontecimiento, hay que destacar que un Lunes Santo del 12 de abril de 1557,  se inauguró la ciudad de Cuenca en el Ecuador y por los avatares de la vida coincide la apertura de la Capilla donde están enterrados los restos de su fundador, Don Andrés Hurtado de Mendoza, Virrey del Perú.
Sarcófago de Andrés Hurtado de Mendoza

El Ilustre conquense, D. Andrés Hurtado de Mendoza, que fue Virrey y Capitán General del Perú, el cual encomendó al gobernador de Quito, D. Gil Ramírez Dávalos, el buscar un emplazamiento adecuado para que “su pueblo, un pueblo de españoles que se intitule la ciudad de Cuenca”. El 11 de septiembre de 1556 se toma posesión del valle, pero el acto solemne de la fundación tuvo lugar unos meses después, el 12 de abril de 1557, en el valle de Paucarbamba. De nuestra homónima, la Cuenca ecuatoriana se decía: “llano grande como el cielo”. Su primer Alcalde fue D. Gonzalo de las Peñas. El nombre del Valle “Paucarbamba”,  en la lengua indígena significa: “cubierta de flores”; es recorrido por cuatro ríos, diciéndose del valle que “el Divino Hacedor había creado allí el Paraíso Terrenal”.

La distancia que nos separa es de 9.600 kilómetros. La Cuenca ecuatoriana está enclavada en un hermoso valle sostenida por los gigantescos Andes, a 2580 metros sobre el nivel de mar, nos dobla en altitud por mucho.
Aquí la idea y nombre de Cuenca son consecuencia de una población cuyo origen se pierde en el pasado. Allí la idea y nombre de Cuenca existió antes de que existirá tal población, siendo su causa nuestra Cuenca, cuya imagen y recuerdo estaban muy vivos en el Virrey de aquellas tierras, D. Andrés Hurtado de Mendoza. Nuestra Cuenca se esconde entre peñas para bien guerrear, aquella se asentó en la llanura de la paz. Aquí sus habitantes “Conquenses”; allí sus habitantes “Cuencanos”.
D. Andrés Hurtado de Mendoza
No fue el primero el Marqués de Cañete quien encontró dicha tierra para una gran población, sino el Emperador Inca “Tupac Yupenqui”, fundada allí la opulenta aldea de “Tomebamba”, donde había de nacer su hijo Huayna Cápac.

D. Gil Ramírez de Dávila, reunió a españoles e indios el lunes 12 de abril de 1557, proclamando por medio de un  intérprete la titularidad y posesión del lugar: “que digan y decidieran el de fundarse y poblase la dicha ciudad e Cuenca en dicho asiento de Paucarbamba, les viene algún daño o perjuicio y si reciben o podrán recibir alguna vexación o motesia en la dicha fundación” luego en nombre de su Majestad y orden del Virrey, fundó la ciudad de Cuenca “y dió jurisdicción civil, criminal, bajo mero, mixto, imperio, con horca y cuchillo para la execución de la Justicia Real de Su Majestad”. Hincándose en la plaza un rollo y picota de madera símbolo de la autoridad del Monarca. Después se distribuyen los solares. Surge así una población en inmejorables condiciones, el Virrey la protege, y el vigor que diera a este germen está manifiesto en la actualidad.
Quiero hoy recordar, para rendir con gratitud homenaje de respeto a los fundadores de esta ciudad y homenaje de veneración a la Providencia, quien es la que ordena y guía a los hombres a altos y trascendentales destinos. Reflejo de estos acontecimientos es la Capilla Panteón del Espíritu Santo de nuestra querida Catedral, baluarte de una Ciudad que se extendió por el Nuevo Mundo.
El blasón de Cuenca llevaba bordada la frase: “Primero Dios y después vos” Es el lema del espíritu cristiano y del amor de la libertad, armonizados con el amor de la autoridad.

José María Rodríguez González

Profesor e investigador histórico

Cuenca, 29 de abril de 2014

martes, 22 de abril de 2014

LA CRUZ DEL DIABLO - LEYENDA CONQUENSE


LA CRUZ  DE LOS DESCALZOS EN EL PARAJE DE LAS ANGUSTIAS

A las siete y media de la mañana del Viernes Santo, después de ver pasar el desfile de la procesión del Jesús Nazareno del Salvador, nos fuimos a la Angustias como buenos devotos, a visitar a la Madre de Jesús en estos momentos del trance de la Pasión de su Hijo. Las puertas de la Ermita estaban cerradas y ello me llevo a pensar en mis años de juventud cuando bajaba con mi abuelo a aquel lugar por estas mismas fechas. Creo que en mis cincuenta y siete años que tengo no he oído ni leído la historia de la Cruz del convento mejor contado que lo hacía Sabino, mi abuelo, quiero haceros participes del relato:
Pórtico natural de entrada a paraje de las Angustias

En la década de los sesenta, siendo un niño, de la mano de mí abuelo bajábamos la escalinata que une la Plaza con la humilde ermita que la fervorosa devoción conquense ha elevado a María Santísima, Madre de las Angustias, ante cuya sagrada imagen hincan sus rodillas los devotos conquenses.

Cuando atravesamos el umbral del pórtico natural que da paso al paraje de las Angustias, interrumpió, mi abuelo por un momento su conversación y ambos guardamos un prolongado silencio. De súbito mi vista se fijó en el viejo caserón conventual, en cuya parte delantera, separado de la escalinata de piedra por la que descendemos, hay un pequeño patio de nivel más bajo que el resto del conjunto. Allí álzase majestuosa una Cruz de piedra  ornada de raras filigranas entre las cuales llamó mí atención una mano grabada en la misma piedra.
Cruz antigua del convento Carmelitano
Una nube de misterio parece rodear la vieja casona con su Cruz solitaria. Como niño, mi fantasía se desborda. Nota mi acompañante mi actitud, ante la mano esculpida en la piedra.
Conducido por su temblorosa mano me encuentro sentado en uno de los escalones de piedra. La luz solar descompuesta en mil tonalidades da un tinte fantástico al viejo caserón y a la Cruz envuelta en la penumbra recibe sus misteriosos reflejos.

Esa mano que ahí estás viendo, me dice mi abuelo experto carpintero, ha sido grabada por buril. Su origen es causa de leyenda, que no recuerdo sin cierto pavor, ante la sola mención del nombre con que la imaginación popular la ha designado: “La Cruz del Diablo”. Veras, el joven se llamaba Sebastián, aseguró mi abuelo, era un muchacho nacido en una posición que le permitía satisfacer sus más caprichosos deseos. Su alma maleada por el trato de perversas compañías ocultaba  con opaco velo la luz de su inteligencia, haciendo resplandecer su ridícula altivez e hinchado orgullo. En plena pujanza de su juventud, se encontraba sumido en el círculo vicioso. Sus estudios en París eran un pretexto para satisfacer sus más bajas pasiones. Su mirada taciturna revelaba una lucha constante entre una pequeña llamarada de fe y su conciencia endurecida.
En aquella primavera pasaba una temporada de vacaciones con su padre, corregidor entonces de esta famosa e histórica ciudad de Cuenca, cuando corría el rumor de unos extraños sucesos acaecidos en el viejo caserón enclavado en la típica bajada de la Ermita de Nuestra Señora de las Angustias.

Patio entrada del Convento Carmelitano
Este caserón que aquí ves, estaba habitado por la Venerable Orden de los Carmelitas Descalzos, a quien debe el nombre el puente de abajo. Más tarde con motivo de la desamortización de los bienes de la Iglesia, este convento hubo de ser abandonado por sus religiosos moradores, entre los cuales se encontraba el muy anciano prior, que habiendo pasado su vida encerrado entre sus muros acogedores de esta conventual mansión, quiso rendir en último acto su vida a Dios, en el lugar donde tantas veces había recurrido su protección y pidió que le dejasen pasar allí el resto de sus ya cortos días.


El venerable anciano carmelita, afligido de dolor por la separación para él tan sentida de sus queridos hermanos y aquejado de los achaques propios de la vejez, cayó en una dolorosa perturbación mental. En sus oídos resonaban los lejanos ecos de los cánticos litúrgicos y ceremonias que celebraba en unión de sus añorados hermanos, llegando su locura a tal extremo que celebraba misas imaginarias, bendiciendo y sermoneando a los fieles que no existían sino en el profundo abismo de su razón perdida. Su loca fantasía hacía que cuando las sombras de la noche lo envolvían, el demente prior con su andar vacilante, se dirigiese hacia una vieja campana que haría sonar tocando a oración con lúgubres y lastimosos quejidos mientras la fantástica silueta del conjunto se retorcía en vagas formas en el enlosado y musgoso pavimento.

Los piadosos habitantes de la ciudad escuchaban extrañados, mientras el temor los invadía, el misterioso acento de  aquellos sonidos, terminando por apiadarse del pobre prior.
Cruz de los Descalzos

Un día dejó de oírse el monótono y lastimero sonido de la vieja campana que tocaba a oración. Un fatal presentimiento llamó a los caritativos conciudadanos que, requiriendo a la autoridad penetraron en el ruinoso convento. Allí encontraron el cuerpo inerte del viejo prior, al que una postrera sonrisa deba la sensación de la dicha experimentada por haberse desprendido de su vida, en aquel santo lugar por él tan querido.
En tiempo siguió indiferente su alocada carrera y se borró el recuerdo del fin del viejo prior. Una noche, en que el viento silbaba haciendo crujir los viejos ventanales, y los habitantes se recogían en sus casas ante el fuego hogareño; insistentemente se oyó, mezclado entre la silbante canción del viento, el toque tenebroso, lastimero, de la vieja campana tocando a oración. Su tañido infundía pavor. Parecía resurgir de entre las retorcidas llamas del hogar, y prolongado en monótono eco fantasmal se perdía en la oscuridad de las tinieblas de la noche.
El miedo creó alas a la fantasía. Muchos jóvenes osados quisieron desentrañar el misterio de aquel toque que atribuían a una pesada broma; más cuando una vez traspasado el umbral de la carcomida puerta del convento, ésta se cerraba sola y con estrépito, percibiéndose al mismo tiempo como un gran arrastrar de cadenas seguido de lastimeros y quejumbrosos lamentos, y por encima de todo, la voz sepulcral, espeluznante, inmaterial, de la enmohecida campana agitada por manos misteriosas e invisibles.

En estas circunstancias llegó a Cuenca el joven Sebastián, que con aire de fría indiferencia y ademanes burlones escuchaba las manifestaciones de terror de los labios de los más valerosos de sus amigos. Muchos de ellos invadidos de audacia juvenil, llegaron hasta el pórtico de piedra que da entrada al recinto, pero ante los ruidos misteriosos, presos de pánico, abandonaban la empresa. En su temor aseguraban haber observado abrirse con siniestro chirrido la puerta del viejo convento, apareciendo como un espectro el viejo prior, envuelto en su carcomido hábito, rodeado de un sudario y despidiendo llamas por las cuencas vacías de sus ojos, mientras una pesada cadena crujía y sonaba con espelúznate quejido amarrada a uno de sus descarnados pies.
Sebastián creyó propicia la ocasión para demostrar a sus amigos, entre chanzas y bromas, donde siempre salía triunfante su hinchado orgullo y soberbia, que él era capaz de averiguar y esclarecer aquel misterio.

Era una noche en que la Luna iluminaba el patio del antiguo convento, jugueteando caprichosamente con las sombras. Un silencio sepulcral rodea el lugar dándole un aspecto tétrico y misterioso. Un débil susurro del viento hace crujir las hojas de los solitarios chopos. Los murciélagos con vuelo monótono y cansado rozaban en sus complicados laberintos de sus vuelos la Cruz solitaria y proyectaban sus fantasmales siluetas, agigantadas por el reflejo de la Luna, sobre los muros ruinosos del convento. La Cruz en tinieblas, proyectaba su sombra prolongada indefinidamente en la rigidez de los muros.
Cruz del diablo restaurada
Allí estaba Sebastián, soberbio y desafiante. Pero una sensación extraña se va apoderando del joven que contempla extasiado el misterioso paisaje que descubre un pálido rayo de Luna. Un miedo progresivo va paralizando su razón e intenta volver sobre sus pasos para contar a sus camaradas, que en lo alto de la muralla lo esperan, que nada había ocurrido. Pero el orgullo se lo impedía y temiendo exponerse a sus burlas, se acerca lentamente hacia la verja del solitario patio. A través de sus mohosos barrotes ve con terror manifiesto la fantástica silueta de la Cruz. Un convulsivo estremecimiento recorre todo su cuerpo, mientras sus crispadas manos se aferran a la puerta, que deja escapar un siniestro quejido. Una vez más trata de huir fuera de sí, ya se dispone a hacerlo cuando sus pupilas desorbitadas por el terror advierten la silueta de una mujer que se apoya indiferente en la Cruz, que ilumina en aquel instante un rayo de Luna.

Batallas de diferentes pasiones se sucedían en la inteligencia del joven Sebastián. Poco a poco se fue disipando el terror que le tenía invadido y vio en la escena que se le presentaba una de sus innumerables aventuras. La ocasión era magnífica; una mujer bella, a tales horas de la noche… y que permanecía quieta a pesar de su presencia y parecía hacerle señas para que se acercara…  Por un momento se creyó sumido en el mundo de pasiones en que habitualmente se encenagaba. Dueño de sí empuja lentamente la verja que se abre chirriante

Con paso seguro de galanteador de oficio, se acerca lentamente hacia la dama. Su hermosura fascina, su cuerpo esbelto se recorta en voluptuosas insinuaciones sobre el pálido rayo que la ilumina, sus ojos con dulce abandono lo miran encendiéndole el cuerpo de malas pasiones.
Tramo de la cruz original con la mano

El deseo hace enloquecer a Sebastián, que con palabras galantes y concupiscentes logra asirla de la cintura. Su boca quiere besar aquellos labios rojos de su improvisada y misteriosa amante; pero por un instante duda, algo le queda de cristiano que su mirada revela, aquella lucha constante entre una pequeña llamarada de fe en su conciencia endurecida, le hace ver el ultraje que comete besando a aquella mujer al lado de la Cruz. Humillado por un momento su loco deseo baja los ojos al suelo cuando observa que los pies de su amada eran de cabra. Un escalofrío asciende por su nuca, que paraliza el movimiento de su cabeza, que al fin puede dirigir hacia el rostro de su víctima, antes tan sumamente bella y fascinadora y que ahora es la misma faz de Lucifer que lanza una carcajada espeluznante y triunfal.

El último impulso del muchacho fue abrazarse a la Cruz al tiempo que con voz terrible agonizante exclama: ¡¡¡Perdóname, Dios mío!!!
Nadie volvió a ver al joven Sebastián. Sólo quedó como testimonio de su terrible muerte, esta leyenda y su mano grabada, en recuerdo de su crispada actitud para llamar la atención a los futuros rondadores de corazón impuro.

José María Rodríguez González – Profesor e investigador histórico
A la memoria de mi Abuelo: Isidoro González (Sabino)
23 de abril de 2014

 

 

domingo, 13 de abril de 2014

Objetos venerados de la Pasión de Cristo.


TRAS LAS HUELLAS DE LA PASIÓN

El actual destino de las reliquias de la Pasión de Cristo

Las miradas del pueblo creyente se vuelven estos días apasionadamente a todo cuanto se relaciona con el Drama del Calvario. El pueblo ve horas de fervor y de meditación. El ánimo se hunde piadosamente en el recuerdo de la Tragedia y vibra ante todo lo que en estas horas va unido a la Sagrada Pasión. Los divinos Oficios, los cortejos procesionales, las procesiones sagradas, la música y las lecturas religiosas.
Calvario. Capilla Caballeros. Catedral de Cuenca

Dentro del gran tema de la Pasión de Cristo, hay un aspecto que atrae tradicionalmente con vigorosa fuerza: el destino actual de las reliquias del Señor. El Cáliz y la Cruz, los clavos y las vestiduras… Todo ello se guarda amorosamente en distintos sitios de Europa. Sobre la autenticidad de estas reliquias se han hecho y se hacen estudios a fondo muchas de ellas son, efectivamente las que el Señor  llevó en su Vía Dolorosa. En otras la falta de una documentación histórica terminante, la tradición es la que apoya su autenticidad. En uno y otro caso, las masas devotas se inclinan fervientemente ante estos sagrados objetos que el alma contempla unidos a las horas finales del Redentor.

En mis trabajos de investigación y en mis viajes por Italia me topé con este apasionante tema. Les describiré mi primera sorpresa: Una de nuestras visitas se centró en la “Scala Santa”, es una escalera de mármol de 28 peldaños ubicada en un edificio mandado construir por Sixto V entre los años 1586-1589 como acceso al Sancta Sanctorum que contiene la imagen de “Santissimi Salvatore Acheiroieton”, frente a la Basílica de San Juan de Letrán en Roma. 
"Scala Santa" 2008 Foto: José  María Rodríguez González
Esta escalera perteneciente al palacio de Poncio Pilato de Jerusalén, fue llevado a Roma  en el año 326 por  orden de la madre del emperador Constantino. Se trata de la escalera que subió el Viernes Santo Jesús para ser juzgado. Pues bien, es costumbre subir los veintiocho escalones de rodillas, cosa que como muchos de mis alumnos subí escalón por escalón rezando un padrenuestro en cada uno de ellos.

En la Basílica de San Juan de Letrán de Roma, se venera la Mesa de la Cena y uno de los lienzos con que fue cubierto el divino cuerpo en la Cruz. También en otro templo romano, el de San Marcos, se conserva otro de estos lienzos y el velo que la sangre del costado de Jesús empapó. En la iglesia de Santa Praxides está la columna en que sufrió el suplicio de la Flagelación.

La lanza con que fue herido el Señor se conserva en el Vaticano. Según afirmó el Papa Benedicto XIV, desde el tiempo de San Luis la punta se conserva en la Santa Capilla de Paris. Igualmente dos de los tres clavos utilizados para la Crucifixión se veneran en el Vaticano. La escalera del Descendimiento esta en Roma.

La clámide o capa que llevaba Jesús se conserva parte en la iglesia de San Juan de Letrán, Santa María la Mayor y San Francisco à Ripa, en Roma. El lienzo con que vendaron los ojos del Señor se venera una parte en la iglesia de San Francisco de Ripa en Roma.

El Santo Sudario que envolvió el cuerpo de Jesús en el enterramiento, también conocido por la Síndone o Sábana Santa, se encuentra ubicado en la Capilla Real de la Catedral de San Juan Bautista de Turín (Italia)

Las espinas de la corona del Señor se hallan dispersas por distintos templos europeos.  En Roma las espinas que reciben veneración están distribuidas por las iglesias de San Marcos y Santa Praxénedes que poseen tres; en el Vaticano hay dos; en San Juan de Letrán otras tres. En España el Escorial se veneran once; en el santuario de Montserrat se custodian dos.


La Verónica - El Greco
En la Catedral de Génova se guardan dos de las monedas que recibió Judas por la venta del Señor y un plato de la Sagrada Cena. 

Con relación a la Santa Faz, es decir las imágenes que quedaron impresas en el velo de la Verónica, según la tradición fueron tres, pero son muchas más las que se veneran; las autenticas están depositadas: una en la basílica de San Pedro en Roma, en España en la Catedral de Jaén; en Venecia en la Catedral de San Marcos. Las demás son facsímiles del original, dos de ellas en Alicante (España). Durante el siglo XX, sólo el jesuita e historiador José Wilpert pudo estudiar uno de los lienzos sin protección. Dijo sobre el lienzo: “Una pieza cuadrada de un material de color claro, desteñido por la edad, que lleva dos tenues manchas de óxido marrón conectadas la uno a la otra”.


Santo Cáliz. Catedral de Valencia
Con relación al Cáliz, Grial o Santo Grial, la copa que se usó en la última cena, se venera en España en la Catedral de Valencia. Es de piedra de ágata de siete centímetros de altura y nueve y medio de diámetro y un pie con asas, añadido posteriormente en los siglos X y XIV. San Pedro lo llevó a Roma poco después de la Asunción de la Virgen. San Lorenzo lo envío a España, en tiempo de Sixto III, durante la invasión árabe fue escondido en las estribaciones de los Pirineos donde después se construyó el monasterio de San Juan de la Peña. Alfonso V donó la reliquia a la Catedral de Valencia donde viene recibiendo culto tradicional. Nuevamente fue escondido durante la Guerra Civil española.

Sobre el Santo Grial hay controversia ya que las primeras noticias sobre él no aparecen hasta el siglo XIII, pasando por Zaragoza, Barcelona y recalando por fin en Valencia en el siglo XV. La catedral de Cuenca posee un vínculo tradicional sobre el Santo Grial del que Don Rodrigo de Luz Lamarca habla en su libro “El misterio de la Catedral de Cuenca”. Otra de las curiosidades es que el nombre de la puerta de la fachada Sur de la Catedral conquense es conocida con el nombre: “Puerta de San Lorenzo”, diácono de Roma, nacido en Huesca (España), a quien se le encomendó la custodia de las Santas Reliquias por el Papa Sixto III ¿puede haber algún nexo de unión?

He dejado para el último tramo de este artículo la reliquia de la Cruz porque está vinculado, de una manera indirecta en mi último trabajo de investigación que daré a conocer en el mes de octubre de este año. Nuestra catedral posee una capilla con el nombre de Santa Elena. ¿Quién fue Santa Elena? La madre del emperador Constantino I, a ella le debemos gran parte de las reliquias  de la Pasión que han llegado hasta nosotros.
Santa Elena. Retablo capilla Santa Elena. Catedral de Cuenca

Santa Elena, al descubrir la Cruz en que murió Jesús y otras reliquias, las repartió por templos distintos. El sagrado madero quedó en Roma, más algunos trozos de él fueron llevados a otros lugares. Actualmente  aparte de los fragmentos que se conservan en la Basílica de San Pedro, hay trozos de la Cruz en Bolonia y en el templo de la Santa Cruz de Jerusalén.

En España se conserva un trozo de la Cruz, perteneciente al parecer, al brazo izquierdo, en el monasterio de Santo Toribio de Liébana, en la provincia de Santander. Fue traído desde Jerusalén por aquella Santa. Mide 63 cm. El camarín y relicario del “Lignum Crucis” fue destrozado en la Guerra Civil. La reliquia había sido previamente retirada y escondida por el sacerdote que regentaba el viejo monasterio, enterrándola bajo un árbol.  Tras la Guerra Civil fue desenterrada por un familiar del sacerdote y ésta fue llevada de nuevo, al monasterio. Es el mayor de los trozos conservados de la Cruz en que agonizó y murió Jesucristo.

Después de este recorrido, es asombroso como hasta el más simple objeto relacionado con los últimos momentos de Cristo, causan sensación y profundo respeto en el alma del devoto, sintiendo una intensa atracción inherente de contemplación hacia cualquiera de ellas, otorgando por el simple hecho de su contemplación, la Paz  Espiritual  en el alma del creyente.

José María Rodríguez González
Profesor e investigador histórico
12 de abril de 2014

viernes, 11 de abril de 2014

La crucifixión, el suplicio de la ignominia


LA CRUCIFIXIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN, LA BASE DE LA FE CRISTIANA


«Mors turpissima crucis»: «la muerte en la cruz es la infamia suprema», escribe Orígenes (In Mt. XXVII, 22: GCS 38, p. 259).

Desde mi más tierna infancia, al nacer en el seno de una familia cristiana, nunca me he planteado el hecho de la muerte de Jesús, ni me he puesto a analizar el proceso, sólo lo he asumido como algo natural e inevitable para el desarrollo del cristianismo en sus orígenes. Sólo a lo largo de los años y bajo una perspectiva distinta me lo planteo y quiero compartir con todos el fruto de mi reflexión sobre este hecho que cambió el comportamiento de una sociedad de la que somos herederos.
Justus Lipsius 1594
De Cruce p.10

En Oriente Medio y concretamente en Persia, parece que comenzó, por primera vez, a  emplearse la cruz como instrumento de suplicio. Este instrumento de tortura se inició de la forma más simple, con un palo vertical, que podía ser un árbol, un poste o una viga,  al que se le ataba al reo abandonándolo a la muerte. También fue utilizada por otros pueblos como los asirios y los fenicios. Este poste fijo fue completado con un travesaño en la parte superior, donde se colocaban los brazos del ajusticiado, este hecho fue copiado por los romanos de los cartagineses.

Que la cruz era el símbolo de la ignominia (1) lo prueba fácilmente el hecho de que solía aplicarse casi exclusivamente a los vencidos en campo de batalla para cuya muerte sobraban todas las consideraciones. Los romanos empezaron a aplicarlo exclusivamente a los esclavos como complemento de la “horca” que transversalmente colocaban sobre la nuca del esclavo-reo a quien obligaban a pasear de esta forma su deshonor por las aldeas vecinas.


Calvario. Retablo de San Fabián y San Sebastián
Catedral de Cuenca. Foto: José Mª Rodríguez
Los procedimientos que los romanos empleaban en la aplicación de este suplicio no podían ser más tortuoso; previamente se azotaba al reo con varios instrumentos y después le obligaban a cargar con el madero hasta el lugar de la ejecución, en medio del gentío que podía insultarles, escupirles y apedrearles impunemente. Atados o clavados en la cruz, por la situación del cuerpo, los clavos o ligaduras solía ocasionar la muerte por ahogamiento, pérdida de sangre o dificultad de circulación casi siempre dentro de las 24 horas.

La crucifixión de Cristo es relatada en los evangelios. Pero además el proceso realizado por Poncio Pilato esta atestiguado por el historiador pagano Tácito (Annales XV, 44-45) y el judío Flavio Josefo (Antigüedades Judías XVII, 64)  lo que da veracidad a los relatos Evangélicos. La organización de los relatos de los cuatro evangelistas son descritos con el mismo esquema general comprendiendo los mismos elementos.

calvario - Retablo renacentista. siglo XVII
La crucifixión de Jesús se llevó a cabo en circunstancias muy especiales. Los judíos querían a toda costa que muriera en este horrible suplicio, pero ellos no podían condenarle. Después de la pérdida de sangre ocasionado por la flagelación que a Cristo se le aplicó con varias clases de látigos y un número muy elevado de azotes, tras una noche entera de sufrimiento y una mañana de ir y venir de uno a otro tribunal y con la honda pena moral de verse entregado por sus propios compatriotas y abandonado de sus discípulos, todavía se le obligó a cargar con la Cruz, no solo el travesaño, sino los dos maderos previamente encajados. Sólo después de andar un largo trecho y con el miedo de que perdiese la vida antes de ser expuesta a la burla de la gente en lo alto del Gólgota, permitieron a Simón de Cirene que cargara con el instrumento del suplicio.

Cerca de tres horas duró todavía en la Cruz a la que no le ataron sino que le clavaron, según unos en el suelo antes de alzar la Cruz, según otros, con la Cruz levantada y durante este tiempo hubo de soportar la burla de los soldados y el tremendo tormento de la sed.
El Buen Pastor- Catedral de Cuenca

Siempre me he preguntado ¿Por qué el símbolo de la Cruz no se empleó hasta pasados muchos años de la muerte de Jesús? Pues bien hoy tengo la respuesta. El crucificado era maldito en todos los aspectos. Su nombre era borrado de la historia y era un delito recordarlo, tanto para romanos como para los judíos. Para la gente de la época de Jesús creer en un Dios crucificado era una cosa absurda e irracional. A los seguidores de Jesús les fue muy difícil superar el trauma de la muerte en la cruz y sobre todo culturalmente, posiblemente esa fuera la razón del desánimo de los Apóstoles. San Pablo en su discurso en el “Aereópago” (2) no relató la crucifixión de Jesús. Las primeras imágenes simbólicas de Jesús fueron las del Buen Pastor.

El historiador Cornelio Tácito (61-117 d.C.) dice a propósito del incendio de Roma: “Nerón señaló como culpables y castigó con la mayor crueldad a una clase de hombres, aborrecidos por sus vicios, a los que la turba llamaba cristianos. Cristo, de quien tal nombre trae su origen, había sufrido la pena de muerte durante el reinado de Tiberio, por sentencia del procurador Poncio Pilatos. La execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo en Judea, origen del mal, sino también en Roma, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clases de atrocidades y vergüenzas”.

Para los romanos, los cristianos negaban la existencia de los dioses del panteón estatal y en consecuencia rechazaban su cultura. Por ello los cristianos eran considerados ateos. Del año 64 al 313 se persiguió a los cristianos por monoteístas, por practicar una religión exclusivista, por proselitismo, porque no daban culto al emperador (delito de alta traición) y por ateísmo. Para verse libres de esta persecución sólo deberían realizar un sacrificio a los dioses.
Dibujo del Gólgota.
Ante tanta contrariedad no hay quien lo soporte si la convicción no es profunda y supera al sufrimiento y al mismo miedo de morir que posee todo ser humano. Dos son los signos que promueven el cambio del creyente: “El velo del templo se desgarra en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se hundieron”, (Mateo 27, 51). Ello explica la conclusión de la era antigua. Lo más prodigioso del relato es el reconocimiento del centurión de que Jesús era el hijo de Dios. Dice el relato bíblico: “Por su parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: Verdaderamente este era el Hijo de Dios” (Mateo 27, 54). Estos dos signos poseen en sí mismo un valor distinto, donde se aprecia que la muerte de Jesús ya no es considerada como un punto final, sino como un punto de partida, ambos signos revelan su fecundidad y la presentación como impulso victorioso hacia la resurrección (Mateo 28). 
Esta realidad es fácil asumirla en nuestra era, pero difícil de vivirla en los años posteriores a la resurrección de Cristo. La sociedad romana y judía no estaba preparada para la asimilación del cambio, los seguidores de Cristo se ven obligados a ocultar sus creencias y a practicarla en la clandestinidad, utilizando lugares donde el ciudadano normal no iria, como las catacumbas (3).
Catacumbas de San Calixto en Roma

En las catacumbas la representación simbólica de la cruz es inexistente, en ellas se encuentra el ancla y la “tau” (4) griega sobre todo. La victoria de Constantino, ligada a la visión que tuvo el emperador de la insignia de la cruz, llevó a su representación en los escudos y en las monedas, principalmente el monograma de Cristo  “XP”, las dos primeras letras griegas del nombre de Cristo. El criptograma empezó a aparecer en las monedas romanas después del Edicto de Milán (año 313) con el que Constantino establecía la libertad de culto para los cristianos.

Por el año 430, uno de los cuarterones de la puerta de madera esculpida en Santa Sabina de Roma representa a los tres crucificados del Gólgota, cuyo movimiento de los brazos clavados reproducía el gesto de los orantes. En el siglo VI, el mosaico del ábside de la iglesia de San Apolinar de Rávena, sobre el año 549, presenta una composición teológica centrada en torno a la cruz de Cristo; por encima de la cruz se encontraba la palabra griega ICTHYS (pez), anagrama de los títulos de Cristo; debajo estaba la inscripción latina “Salus Mundi”. Por el año 586 en el evangelio de Rábula (5) surge la propuesta de asociar, de manera superpuesta la crucifixión de Jesús con el sepulcro vacío y más tarde con la crisis iconoclasta que afectó a Oriente se respetó la cruz, convirtiéndose en el único símbolo representativo. La Cruz de ser un símbolo odiado pasó a ser una representación gloriosa, de odiosa se hizo espléndida y motivo de decoración artística siendo el símbolo triunfal de la victoria de Cristo sobre la muerte.

José María Rodríguez González - Profesor e investigador histórico
 10 de abril de 2014
-----------------------------------------------------------------------------------

(1)     La ignominia es una ofensa pública que sufre el honor o la dignidad de una persona o un grupo social, es decir deshonor, descrédito de quien ha perdido el respeto de los demás a causa de una acción indigna o vergonzosa.

(2)     Según el libro Hechos de los Apóstoles, que figura en el Nuevo Testamento cristiano, cuando el Apóstol Pablo visitó Atenas, fue invitado a hablar a la elite ateniense en el Areópago expresó lo siguiente: «Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: «Al Dios desconocido.» Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar…

(3)     Las catacumbas son galerías subterráneas que fueron utilizadas como lugar de enterramiento durante varios siglos. Los enterramientos de los ciudadanos paganos, judíos y los primeros cristianos de Roma. En las catacumbas comenzaron a realizarse en el siglo II y no se verían finalizados hasta el siglo V. La palabra catacumba, que viene a significar "al lado de la cantera", proviene del hecho de que las primeras excavaciones para ser utilizadas como lugar de enterramiento fueron realizadas a las afueras de Roma, junto al terreno de una cantera.

(4)     La Tau «T» es la última letra del alfabeto hebreo. Decimonona letra del alfabeto griego, que corresponde a la que en el nuestro se llama «te». Pero es también una señal o signo, todo un símbolo. San Francisco profesaba una profunda devoción al signo Tau, del que habla expresamente el profeta Ezequiel (9,3-6) y al que se refiere implícitamente el Apocalipsis (7,2-4).

(5)     El evangelio de Rábula, que está escrito en Siria, fechado en el 586, y firmado por el monje Rábula. Tradición diferente al a de Constantinopla.

martes, 8 de abril de 2014

Pasión y Religiosidad Conquense en la Semana Santa


Semana Santa en Cuenca, fervor, artistas y poetas

Este domingo, día 13 de abril, da comienzo la Pasión en Cuenca, la pasión de sus gentes que viven el fervor religioso al son de tulipa, horquilla y tambor, donde su gente se mezcla con las imágenes y pasos de los artistas como Marco Pérez y Martínez Bueno en esta ciudad de ensueño y poesía, donde el camino de la pasión se hace realidad en el ascenso por sus calles empinadas que dan entrada a la Plaza Mayor, convertido en el Gólgota conquense.  Estas magníficas gentes conquenses que durante estos días sueña y reza, conservando su fe y sus costumbres en ánforas de la tradición como un tesoro que se hereda de padres a hijos.


Como historiador y amante de mi Semana Santa Conquense quiero aportar mi granito de arena a esta tradición centenaria. Es sabido que una de las Hermandades que tiene mayor arraigo en nuestra ciudad ha sido la denominada “El Apóstol y Evangelista San Juan”. Su fundación data del año 1702, como lo atestigua el acta primara de su Cofradía que dice textualmente: “Cofradía de San Juan Evangelista sita en la Iglesia del Convento de San Agustín de esta Ciudad, que se fundó el año 1702”.

Como curiosidad digna de recuerdo debo señalar que el día de San Bartolomé (24 de agosto de 1816) hubo una solemne procesión organizada por esta Hermandad, que desde la parroquia de El Salvador, calle de El Peso, Real (ahora Alfonso VIII) y bajada por la Trinidad hasta el convento de San Agustín, con asistencia del Cabildo de Curas y Beneficiados, Comunidades Religiosas, Autoridades y Cofradías. En esta procesión figuraban las Sagradas Imágenes de Jesús Nazareno, Cristo Crucificado, con el título de “La Luz”, María Santísima de la Soledad y el Evangelista San Juan. Los pasos fueron llevados por hermanos vestidos de nazarenos como si hubiera sido un Viernes Santo. Esta solemne procesión tuvo por objeto dar gracias al Altísimo por la nueva colocación de las imágenes en andas al estar, desde el año 1812,  depositadas en la Parroquia de El Salvador. De no haber sido así las tropas francesas dueñas de Cuenca en aquellos años deplorables en que saquearon el convento de San Agustín, hubieran sido destruidas las sagradas imágenes, salvadas por el  providencial destino y merced al esfuerzo de fieles y hermanos de la Cofradía de San Juan que efectuaron el traslado.


Por otra parte diré que la Hermandad del Santísimo Cristo de la Agonía se fundó el 12 de mayo de 1715, en la desaparecida iglesia de Santo Domingo de Siles y que el 17 de julio del citado año quedaron presentadas las constituciones de aquella Venerable Hermandad para su aprobación ante el Licenciado Don Francisco de Añoa y Busto, Canónigo de la Santa Iglesia Catedral, Provisor de la Ciudad y Obispo que gobernaba el Ilmo. Sr. Don Miguel de Olmo. Informadas las constituciones por el Fiscal General Don Juan Francisco Calvo, el 24 de Julio de 1715, se dictaba auto de aprobación de las mismas por el Provisor Don Francisco  Añoa y Busto.  

La Venerable Hermandad del Santísimo Cristo de la Agonía concedía perpetuamente a uno de sus cofrades indulgencia plenaria, bajo ciertas condiciones, por bula expedida en Roma por el Papa Clemente II, en fechada el 5 de enero de 1717. El Papa Pío VI, otorgó otra bula el 23 de noviembre de 1784, dando el título de Altar Privilegiado al del Santísimo Cristo de la Agonía, en su Capilla en la ciudad de Cuenca, e igualmente obtiene el privilegio de poder usar ornamentación especial en su función religiosa anual, que tradicionalmente se venía celebrando al Santísimo Cristo de la Agonía. Este privilegio fue ratificado el 9 de mayo de 1877 por el Ilustre Gobernador Eclesiástico Don Diego Izquierdo. La Hermandad poseía un precioso crucifijo de marfil donado por Don Juan Cardan de Landa y en recuerdo de esta donación la Hermandad tomó el acuerdo, el día 16 de mayo de 1713, de sufragar una misa anual en el altar del Santísimo Cristo de la Agonía por el eterno descanso de tan piadoso donante.

Este año al celebrarse el octavo centenario de la  muerte del Alfonso VIII no puedo dejar de hablar sobre el Muy Ilustre Cabildo de Caballeros y Escuderos de Cuenca, compuesto por Caballeros, Escuderos e Hijosdalgos, fue instituidos bajo la advocación del Espíritu Santo y con el apóstol Santiago como santo patrón en el siglo XII junto con el Cabildo Catedralicio y el de “Guisados de Caballo”, formado por las milicias de caballería villana. Los estatutos medievales lo denominan: “Ylustre Cabildo de Caballeros Hijosdalgo de la Noble Ciudad de Cuenca”.

La Venerable Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad  y de la Cruz presta magno relieve a la procesión del Santo Entierro que desfila en la noche del Viernes Santo. Como he dicho anteriormente, tiene un entroncamiento remotísimo en el llamado Capítulo de Caballeros “Guisados de Caballo” instituido en el Fuero de Cuenca por el Rey Alfonso VIII. Desde el año 1272 hasta 1670, son muchos y grandes los privilegios que los monarcas les compensas por gloriosos hechos de armas, entre otros por su asistencia en el año 1474 a la Guerra de Portugal. Se libra testimonio de sus tradiciones Ordenadas  de Capítulo en 1550 y en diferentes pragmáticas se les reconoce como bienes propios los terrenos  anexos  a la capilla de la Parroquia del Salvador y una hermandad en el pueblo de Torralba. A finales del siglo XVII incorporó a sus posesiones el llamado “Vinculo de Torralba” heredado de Doña Petronila de Jaraba.

 Este Capítulo de Caballeros, reunido en 1885, acordó entre otras cosas la reivindicación de sus fueros y privilegios y como acto público que patentizará su existencia, acordó costear a sus expensas la procesión del Santo Entierro, tal como se viene celebrando desde entonces.

El Cabildo de Caballeros de la Soledad y el Santo Sepulcro agrupaba casi siempre a todos los hombres de “toga” existentes en Cuenca, del mismo modo que la Hermandad de San Juan, a los carpinteros y madereros; la del Cristo de los Espejos, a los tejedores; el Paso del Huerto a los hortelanos y el Jesús de la Columna, a los albañiles.

No caben en un artículo periodístico todos los detalles y las vicisitudes históricas de nuestras procesiones  de la Semana Santa conquense, por lo que doy humildes pinceladas que formarán el cuadro pasional que la ciudad de Cuenca pinta cada año con motivo de la celebración de la Pasión de Cristo.

José María Rodríguez González

Profesor e investigador histórico

8 de abril de 2014

viernes, 4 de abril de 2014

"San Pablo" de Convento a Parador Nacional de Cuenca


El Convento de San Pablo convertido en Parador Nacional

Parador Nacional Convento de San Pablo
El convento de “San Pablo” fue mandado construir por el Canónigo Don Juan del Pozo y Pino en la primera mitad del siglo XVI. En la ciudad vivía en la casa de su propiedad situada en la actual calle de “San Pedro”, donde posteriormente se fundaría el convento de los Jesuitas. En la Catedral es poseedor de la capilla actual de “San Roque” donde luce su escudo formado por el brocal de un pozo y sobre él un pino, rodeados de cuatro pares de conchas, símbolos que recuerdan a sus apellidos.

Claustro del Convento de San Pablo con la roca "La Muela" al fondo
El lugar me trae al recuerdo los años de mi niñez cuando, desafiando al peligro nos encaramábamos con los amigos a la muela rocosa que culmina los terrenos pertenecientes al Convento y sus pistas de baloncesto y frontón como lugar de recreo y esparcimiento. El convento es construido sobre formaciones rocosas del Cretácico Superior de la Era Secundaria formaciones debidas a la composición caliza de las rocas conquenses que ricas en su parte superior de carbonato magnésico o dolomita sufre menos desgaste que la parte inferior formada por carbonato cálcico, fácilmente soluble en contacto con el agua de lluvia y el anhídrido carbónico del aire, esculpiendo, cual escultor natural, las formaciones caprichosas que circundan la “Ciudad en volandas” que cantara su poeta, Federico Muelas.


Escudo de Don Juan del Pozo
¿Cómo fue el construir el convento en este lugar? Cuenta la leyenda que Don Juan tenía un criado negro, excautivo de los moros, al que sus anteriores amos le habían cortado la lengua. En una noche cerrada unos amigos de lo ajeno entraron en la casa del Canónigo apoderándose de las bolsas del dinero que poseía en la estancia, el criado percatándose de los hechos y no pudiendo pedir auxilio, siguió sus pasos siendo testigo de donde depositaban las talegas de monedas robadas a su amo. A la mañana siguiente informó con señas de lo sucedido y llevó a Don Juan al sitio donde estaba el dinero. Recuperada la fortuna su dueño vislumbró que la Providencia le exigía invertir ese dinero en la realización de un convento. Escogiendo el lado izquierdo de la hoz del río Huécar donde fue escondido el peculio, realizando a la par, para su comunicación con la ciudad, el puente que llevaría el mismo nombre del convento: “San Pablo”. 

Las obras se iniciaron en 1523. Los arquitectos encargados de la obra fueron los hermanos Juan y Pedro de Albiz, personas de gran prestigio en la arquitectura local. El edificio inicialmente se realizó de una sola planta. Las maderas utilizadas en su construcción fueron cortadas del paraje de Mirabueno y de las lomas del Cerro del Socorro hasta la fuente del Canto.
Portada Capilla del Convento de San Pablo

El primer morador del convento fue la orden de los Dominicos, monjes que se caracterizaban por la pobreza y la humildad, del estilo de vida de Domingo de Guzmán, a quien el Papa Honorio III confirmó bajo estatuto a principios del siglo XIII. Su lema era: “alabar, bendecir y predicar”. Durante el reinado de Carlos IV fue decretada en septiembre de 1798 la “Desamortización de Godoy”, afectando al convento. Les fue indicado a sus moradores el desalojo, no obstante siguieron habitándolo hasta 1830.

Cuentan las malas lenguas que en las cuevas-bodegas de los frailes se criaban los mejores caldos de la localidad, recibiendo por nombre: “Los infiernos de San Pablo y la Gloria de San Agustín”.


Puerta de acceso al claustro con escudo
En el año de 1885 fue trasformado en hospital. En 1922 se le otorga el uso a la Congregación Misionera de los Padres Paúles, llegando de Madrid el 7 de julio para hacerse cargo de las instalaciones, siendo Obispo de la diócesis Don Cruz La Plana y Laguna.

Con la llegada de la República (1931) prácticamente no sufre alteraciones, sólo en el verano del 1931, se acorta el curso y los estudiantes salen del convento, pero el inicio del nuevo curso se hace con toda normalidad. Durante la guerra civil del 1936 al 1939 es utilizado como albergue y guardería, especialmente como refugio de gente desplazada.

En septiembre de 1939, con la paz vuelven los seminaristas a “San Pablo”, desmantelado y falto de enseres en su interior. Por esas fechas se contabilizan más de cincuenta seminaristas. 
Derrumbamiento rocoso en el año 1947

En 1947 se produce un derrumbamiento de rocas a la subida al seminario cortándose el paso al convento. El abastecimiento y suministros deben hacerse por el puente colaborando los mismos seminaristas.


En el año 1962, siendo Visitador el Padre Domingo García, se aprueba el elevar el edificio un piso por el gran número de solicitudes. Así podría recibir hasta 200 seminaristas. El 8 de septiembre de 1965, siendo director el Padre Félix García Tejero, se termina la ampliación del edificio regresando los seminaristas al convento. Ese mismo verano se hacen cargo de todos los servicios de cocina, enfermería y lavandería las Hijas de la Caridad. En el año 1966 el Obispo Don Inocencio Rodríguez firma con La Orden un nuevo contrato de usufructo para que siguieran disfrutando del edificio durante treinta años más.
Puerta acceso habitaciones con el escudo

En el año 1970, la división de la Provincia de las Comunidades Misioneras de Madrid de los PP Paúles y el nuevo orden establecido por la Comunidad hicieron que en Cuenca solo quedaran los alumnos del “Mysterium Salutis” pertenecientes a la provincia de Zaragoza y al año siguiente un nuevo recorte  a “San Pablo” hacen que la comunidad llegue a su mínima expresión: tres padres, un hermano y menos de cuarenta alumnos.

El 27 de enero de 1973 el Senado Provincial de la Orden toma la decisión de cerrar el seminario siendo Visitador el Padre Jaime Corera. En el verano de 1975, siendo Obispo Monseñor Guerra Campos, se procede a hacer efectiva la entrega de la iglesia y del Seminario.


Escudo de armas de Don Juan del Pozo
En 1992 el Convento de San Pablo se convierte en Parador Nacional. En diciembre de 2005 la iglesia de San Pablo es transformada en el “Espacio Torner” con la exposición permanente de cuarenta esculturas y pinturas del artista Gustavo Torner, estado que perdura hasta el día de hoy.

El insigne canónigo Juan del Pozo y Pino, fundador del convento, murió en 1559. Su memoria sigue patente en sus muros. Al pasear por el claustro del Parador nos damos cuenta que en la mayoría de sus puertas de acceso luce el célebre escudo de armas del brocal del pozo y el pino  y en su lápida se lee la inscripción: “Aquí está sepultado el indigno canónigo Juan del Pozo y Pino, primer fundador de esta iglesia y convento; pido y ruego por reverencia de Nuestro Señor Dios le supliquen y hagan misericordia de su ánima”.

José María Rodríguez González

Profesor e investigador histórico


Cuenca, 2 de abril de 2014

martes, 1 de abril de 2014

La Hilandera y el Peregrino reflejo en la iconografía catedralicia de la realidad de Cuenca en el siglo XVI


La Hilandera y el Peregrino

Curiosidades y realidades de la Iconografía Catedralicia Conquense.

LA INDUSTRIA TEXTIL EN CUENCA EN LOS SIGLOS DEL  XV al XVIII

En la Edad Media  era normal que en las catedrales, sitios de reunión de la gente, se publicitaran los oficios del pueblo como dignificación del trabajo que era ejercido por la población. Curiosamente en la Catedral de Cuenca el único oficio que se ve representado es el de la hilandera. ¿Por qué pudo ser esto?
Hilandera Iconografía Catedral de Cuenca
En el siglo XVI Cuenca se convirtió en un punto económico muy importante del reino, sobre todo, en la producción textil y ganadera. Esta industria, derivada de la ganadería hizo aflorar la producción industrial de transformación de lanas con alvaderos, tintorerías y tejedurías provocando el comercio de paños y la producción de alfombras. La población con el auge industrial se vio incrementada, llegándose alcanzar los 15.000 habitantes. La producción era enviada a Castilla estableciéndose un camino comercial, sobre todo a las ferias de Medina y el Consulado de Burgos, aprovechando el tránsito comercial los peregrinos se veían amparados y protegidos en su caminar hacia las tierras del Apóstol Santiago, quedando reflejada en la iconografía en la talla del icono del Peregrino y la del trabajo de hilar en el icono de la Hilandera.

Este aumento de población se vio reflejada en una imparable actividad constructora  proyectándose el casco urbano hacia los extramuros de la ciudad, apareciendo los barrios de San Antón y Tiradores al prohibirse la construcción en intramuros por una Real Provisión de 1550 que prohíbe la construcción de balcones y salientes a la calle, instando a la reparación de los ya existentes a fin de conseguir que llegara la luz a las estrechas calles que poseía la ciudad, un ejemplo de ello que
Peregrino. Iconografía de la Catedral de Cuenca
ha perdurado hasta la actualidad son las calles de la Moneda, del Clavel y del Colmillo. Durante este periodo se construyen también la mayoría de los conventos como el de la Petras, las Angélicas y las Bernardas. Otra de las construcciones importantes es el Palacio Episcopal y los colegios de San José y Santa Catalina. En 1523 se construye el monasterio de San Pablo y el puente del mismo nombre cuyo benefactor  fue el canónigo Juan del Pozo y los arquitectos ejecutores de la obra fueron los hermanos Alviz, Juan y Pedro, tema que abordaré en el siguiente artículo.

Es interesante destacar que en 1529 se inaugura la primera imprenta en la ciudad. El primer libro que se edita fue el de Luis Pastrana, Capellán de la Catedral bajo el título “Principios de la Gramática en Romance”.

La peste que asoló Cuenca en 1588, la sequía que siguió a la peste junto con las plagas de langostas hicieron descender la población de la ciudad en un número considerable, todo esto produjo el inicio del declive productivo que se vio alargada hasta el siglo XVIII. En el año 1631, con el alza de los precios de la lana, hizo bajar las ventas, produciendo la decadencia de la trashumancia, llevándose con ello las fábricas de paño conquenses. Tal fue la alarma que el Concejo de la Mesta mandó al conquense Miguel Caxa de Leruela hacer un análisis de la situación. Es digno de destacar del análisis realizado, que de las 400.000 arrobas de lana en el año 1600 que entraban en los lavaderos, se redujo a 8.000 en el año 1631.   


Calle de la Moneda
Edificio Calle Zapaterías
En los primeros años del siglo XVIII se produce otra crisis económica provocando el cierre de la Casa de la Moneda y de los molinos de papel. En el segundo tercio de este mismo siglo, sobre el año 1771, se consigue acometer las obras de la calle principal de la ciudad, hoy la calle de Alfonso VIII, rebajándose la calle unos cuatro metros, testigo de ello es la casa que hace esquina con la calle zapaterías que su entrada estaría a la altura de los tres arcos que luce la fachada. En 1792 se derriba la puerta de Huete y su muralla para realizar una pendiente más suave, favoreciendo el ascenso a la Plaza Mayor.
El último y definitivo descabello a la producción textil de Cuenca fue por parte del rey Carlos IV al final del siglo XVIII, al prohibir la apertura de talleres textiles a fin de evitar la competencia con la Real Fábrica de Tapices. Este hecho junto con la Guerra de la Independencia provocó el declive total de nuestra empresa textil y la de la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara.

José María Rodríguez González

Profesor e investigador histórico

1 de abril de 2014