lunes, 29 de septiembre de 2014

LAS TORRES MUDAS DE UNA CIUDAD DESENCANTADA


El valor de una ciudad se lo dan sus habitantes

El otoño ha comenzado, las hojas de los chopos se tornan de oro dejando a cada minuto una alfombra de color amarillo y ocre, el día se acorta y la melancolía se adueña de los corazones. Ha trascurrido más de un siglo desde el hundimiento de la torre del Giraldo y desde ese fatídico 13 de abril de 1902 la Catedral ha enmudecido, ya no se escucha el ronco sonido de la “Santa María” y “San Julián”, ni el más leve de esquilones y cimbalillos; ya no suena la “Santa Bárbara” ni la del reloj, que iba lentamente desgranando sus horas. Callaron sus ecos, mucho tiempo ha, y hoy arrinconadas boca abajo en cualquier rincón, rememoran aquellos tiempos en que, suspendidas en las alturas, llamaban a los fieles con sus voces bronceadas a los actos litúrgicos de la comunidad cristiana. Contaban quienes las oyeron que en la hora prima las campanas de la Catedral con su voz ronca, honda, grave y majestuosa, desparramaba sobre la ciudad sus notas como pedriscos del sonido que llegaban al corazón de cada casa conquense para implorar a Dios que no cesara nunca sus sones de paz y cristiandad y les concediera la gloria eterna.
Torre de San Gil



Torre de la Iglesia de San Miguel
Es el lenguaje de las torres el sonido de sus campanas; si éstas faltan, aquéllas perdieron algo de lo que es su vida, la expresión del por qué y para qué de su existencia. Las torres de las antiguas iglesias de San Miguel, San Andrés, Sto. Domingo y San Gil. San Gil: ”Jardín de los Poetas” convertido en nido de ruinas inhábiles por la dejadez de nuestro ayuntamiento, ni siquiera la voz de nuestros poetas pueden resonar en su recinto, años de parsimonia y falsas promesas que viene acallando la voz poética de un barrio que añora sus tiempos de esplendor como esas noches de poetas, bajo la torre de San Gil, en los albores de mi alumbramiento. El domingo 9 de septiembre de 1956, se homenajeaba a D. Luis Astrana Marín. Noche en la que intervinieron con sus poemas: Eduardo de la Rica, Andrés Vaca Page, D. Miguel Valdevieso, el Padre Carlos de la Rica, Mauricio Monsuares y Federico Muelas; viniendo a coronar la noche la poetisa, Acacia Uceta, con un excelente poema. El Sr. Alcalde cerró la velada. Afirma el cronista que ese día se dejó muchas ideas claras sobre Cuenca y flotaba en el aire sosegado de la noche la emoción y la renovación de los votos de que éste lugar fuera para siempre recinto de poesía y amor por Cuenca, promesas truncadas en nuestro tiempo. 
Torre de la Iglesia de San Andrés

Pues bien, estos gigantes, actualmente son torres mudas que muestran sus desnudos ventanales al viento, cual cuencas vacías en ojos ciegos. Perdieron sus campanas, su medio de expresión, su culto y poco a poco van perdiendo su vida. Hoy todavía las vemos enhiestas. Si el silencio de la Catedral se rompiera y pudiéramos escuchar el sonido de una tan sola de sus campanas os aseguro que nos acordaríamos más de ella y se estremecerían nuestros corazones al conjuro de su vieja voz.


Nostalgia otoñal, sí me hubiera gustado escuchar cómo cantaban las campanas de nuestra Catedral. El otoño aviva la melancolía en nuestro interior, tal vez sea por eso que piense que quizás mis ojos se cierren antes de que pueda oírlas; no sé cómo eran, ni si aún existen; las únicas referencias que de ellas tengo son las que pude leer en Muñoz y Soliva.
Torre de San Juan

¿Cuántas campanas había en la torre y cómo las llamaban? Abramos los legajos de los archivos y exploremos su nacimiento: Allá por el año 1674, se fundieron seis campanas para nuestra Catedral. Fueron sus artífices Agustín de Arena y su hijo Juan, vecinos de Teruel, y Antonio de la Puente Montecillo. Las dos campanas mayores llevaban por nombre “Santa María” y “San Julián”, de cuarenta y seis y medio quintales (4.605Kg.), y treinta y cuatro quintales (3.400kg.) de peso; seguían el esquilón, llamado “San Salvador” de cuarenta y cuatro arrobas (506kg.) y “San Pedro y San Pablo” con cuarenta arrobas (460kg.); después los cimbalillos: “San Mateo” de diez arrobas (115kg.) y “Santa María” de ocho arrobas (92kg.). Posteriormente, se fundieron la “Santa Bárbara” y la campana del reloj.

Por su feliz colocación y terminación de la torre, se festejó con la suelta de toros enmaromados; diversión ésta a la que somos muy aficionados los conquenses. Para terminar esta reseña histórica desear que se den los pasos precisos para activar la reconstrucción de nuestra torre del Giraldo y que podamos oír el sonido de su voz como lo hicieran nuestros abuelos y antepasados.
Torre de Santo Domingo

Cuenca, 29 de septiembre de 2014

José María Rodríguez González. Profesor e Investigador Histórico

viernes, 12 de septiembre de 2014

Ferias y mercados desde la época de Alfonso VIII en Cuenca


EN EL 8 CENTENARIO DE LA MUERTE DEL REY ALFONSO VIII

 Esta tarde he subido al casco antiguo de la ciudad y me he encontrado con un mercado medieval  fascinante. No puede dejar pasar la ocasión para hablaros de los mercados en la ciudad de Cuenca empezando por los de la época de Alfonso VIII. Mi enhorabuena a los organizadores de estas recreaciones medievales que dan un aire distinto a esta ciudad encantada.

Los primeros antecedentes que sobre mercados tenemos en Cuenca, se remontan a la Ley 25 del Fuero, en que Alfonso VIII concede a la ciudad la celebración de una feria, que no es sino un mercado más espaciado en el tiempo y con mayor concurrencia que las corrientes y generalmente al amparo de alguna festividad que ya de por sí atrae forasteros y da lugar, por tanto, a mayor afluencia de público.

La Feria concedida por el Fuero, tenía quince días de duración, empezando una semana antes de Pascua de Pentecostés y terminando una después y el que venía a ella estaba “garantido” de bienes y personas, al extremo de que, quien causare algún perjuicio al feriante, era castigado con pena de mil maravedíes, que, en caso de insolvencia se convertían en despeñamiento, si no había habido lesión, pues de existir alguna se le cortaba la mano, y si hubiera resultado homicidio perdía la vida y era enterrado debajo del muerto.


A las primitivas concesiones de celebración de ferias y mercados, se unió después la supresión del pago de alcabalas en algunos de ellos, como privilegio a la ciudad a que se concedían, pues se aumentaban la afluencia de feriantes y, por tanto, el volumen de las transacciones, al verse libre de pago que, ya con carácter general y como renta de la Corona venía cobrándose, aunque con carácter temporal y transitorio, desde las Cortes de Burgos de 1342, bajo el reinado de Alfonso XI y que se llamaba alcabala del viento cuando se cobraba por ventas hechas en los mercados, conociéndose además la fija correspondientes a transacciones hechas en los puntos de residencia de comprador a vendedor y la de alta mar para las importaciones del extranjero.

Estos mercados o ferias en que se suprimía el pago a las alcabalas, en todo o en parte, y que recibían el nombre de Francos, necesitaban privilegios especiales de la Corona, por la renuncia que ésta hacía a la percepción del impuesto, lo que disfrutaba la concesión de nuevos privilegios y aun se llegaba a desvirtuar los antiguos, pues por Enrique IV otorgó en 1465 el privilegio de Franco con plazo limitado; confirmado después varias veces, no lo fue sin embargo, ni que a cada término del privilegio no tuviera necesidad de Concejo, no ya de pedir su renovación, sino de reiterar su petición varias veces, que siempre costaba trabajo concederlo, acaso porque a pesar de la disposición de Enrique IV sobre pago de los impuestos en el punto de procedencia de las mercancías, se tuviera en la Corte en convencimiento de que estaba bien llamada del viento esta alcabala, por lo fácil de que se perdiera su cobro, no faltando tampoco en Cuenca el caso de que visto que tardaba mucho la concesión, se llegara a la implantación de la franqueza por algún Corregidor falto de paciencia; pero esto merece ser tratado en otra ocasión.

El aumento y memora de los medios de comunicación quitaron importancia a ferias y mercados y las nuevas modalidades gubernativas hicieron desaparecer la necesidad del real permiso para establecimientos; bastando, después del Real Decreto de 1853, que el acuerdo del Ayuntamiento se trasladara al Gobernador de la provincia y desde la Ley municipal de 1877 es de la exclusiva competencia de las Corporaciones locales cuando se refiere a ferias y mercados, sin más limitación que su no establecimiento en domingo en virtud de disposiciones posteriores.

Cuenca, 12 de septiembre de 2014

José María Rodríguez González. Profesor e Investigador Histórico

 

martes, 2 de septiembre de 2014

Las vaquillas de San Mateo


Las fiestas de San Mateo en Cuenca

La lidia de vaquillas se ha desarrollado a lo largo de los siglos como una forma de demostración de valentía. En Roma se representaban espectáculos con “uros” donde se mostraba las dotes de cazadores de sus participantes. También se utilizaban estos animales para enfrentarlos con gladiadores o en las ejecuciones pública de los cristianos, en la época de las persecuciones.
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En la edad media la práctica taurina del laceo de toros se inicia con Carlomagno, Alfonso X el Sabio y los califas almohades. Este tipo de fiesta se consolida en España en el siglo XII. Estos espectáculos se practicaban en las plazas públicas y lugares abiertos como parte de celebraciones o victorias bélicas. En Cuenca, la tradición cuenta que el rey Alfonso VIII para divertimiento de su tropa, después de haber tomado la ciudad se soltaron unas vaquillas.

Estos espectáculos han despertado polémica desde sus comienzos entre partidarios y detractores. Vivimos en una época en que se ve a los animales de un modo especial, como si fueran personas, tal vez humanizando a éstos como en las fábulas de Esopo, sin darnos cuenta que prácticamente todos los pueblos españoles tienen alguna tradición unida a los toros. Por otra parte no cabe en el círculo de la civilización de nuestra época, pero procuramos conservarla a costa de mucho esfuerzo porque son parte de la identificación de nuestra historia y de nuestra cultura, todos deseamos su celebración, puesto que nos recuerda  vivencias de nuestra niñez y adolescencia.


En España tenemos ejemplos de gran arraigo taurino como el de Pamplona que acostumbra, desde tiempos inmemorables, a recorrer por las calles los toros bravos que después serán lidiados en las corridas de San Fermín y Teruel con su Vaquilla del Ángel. Le tengo cierto cariño a esta ciudad, os contaré que el escudo de la ciudad parte de una leyenda en el que el Rey Alfonso II y sus adalides (guías), en 1171 andando en busca de un lugar apropiado para construir una villa llegaron al cerro donde hoy existe Teruel y hallaron un toro grande en su cima, y siendo de noche se apreció sobre su lomo una estrella brillante, siendo presagio de buena suerte, tomaron como blasón de armas el toro y la estrella, formando el topónimo de Teruel. Desde entonces el toro y Teruel han estado ligados a sus fiestas y festejos. Pero a lo que vamos. Las fiestas de la “Vaquilla del Ángel” en Teruel, están dedicadas al Santo Ángel Patrón de la ciudad, rememoran la legendaria fundación de Teruel tras la toma de la fortaleza musulmana a la que le condujo un toro bravo.
Cuenca no podía quedar al margen de estas fiestas, fiestas de valor torero. Nosotros tenemos “Las Vaquillas de San Mateo”. Vaquillas que lo mismo alegran el corazón de los niños que el de los mayores y que todavía constituye el más preciado joyel que las autoridades pueden regalar al pueblo de Cuenca, tan amante de sus tradiciones y costumbres.

La vaquilla de San Mateo tiene su origen en el año 1581. El Concejo de entonces, de acuerdo con el Cabildo Catedralicio determinó fijar como fiesta el día 21 de septiembre, día de San Mateo, en conmemoración de la conquista de Cuenca por Alfonso VIII, mandando que la víspera de dicho día se hicieran hogueras e iluminaciones por todas las calles y plazas de la ciudad y que el día del Santo se corriesen toros en la Plaza Mayor y se hiciesen mascaradas.

Este acuerdo fue pregonado, en el citado año de 1581 con los atabales (tambores) y trompetas por la ciudad.

Existe además otro documento, es una solicitud escrita por el vecino Alfonso Muñoz Cejaudo, en el año 1529, dirigida al Licenciado Luis de Bracamonte, Juez de Residencia, en esta ciudad por sus Majestades. En ella se pide que las vaquillas se celebren en el coso de Huécar-explanada donde está el molino de cemento de San Martín, allí tendrían más vistosidad las corridas de toros; sitio éste que por su anchura, podría ser el festejo visto por todos, sin que hubiera bullicio ni escándalo; pues la Plaza Mayor, donde se levantaban andamios y al subirse mucha gente en ellos se cargaba mucho peso por  lo que solían hundirse, rompiéndose la gente brazos y piernas. Además indica que estando los señores Canónigos en el Coro, entraban los toros en las naves de la Catedral y tenían que cesar los rezos produciendo gran pánico entre los que llevaban los ciriales y el incensario. Dice también el vecino Muñoz, que por la mucha aglomeración de público en la plaza, los toros herían a muchos.

Hay otro precedente y fue en 1642, cuando vino a Cuenca el Rey Felipe IV, entre las fiestas que se organizaron en su honor figura una corrida de toros celebrada de un modo original, pues se montó un amplio tablado sobre las aguas del río Júcar que sirvió de plaza a las variadas suertes de tauromaquia a la que los conquenses eran aficionados.

La Vaquilla de San Mateo ha constituido la festividad preferida por el público conquense por todos los actos que constituía el programa de las fiestas de San Mateo. No había ni un solo conquense de raigambre que quedase, estos días, sin presenciar el festejo o tomar parte activa en él. Ha sido siempre una verdadera locura lo que Cuenca ha tenido por esta divertida fiesta.

Cuenca, 2 de septiembre de 2014

José María Rodríguez González. Profesor e Investigador Histórico