miércoles, 4 de febrero de 2015

Los Hocinos de Cuenca un paraje encantado y olvidado


Lugares de encanto que parecen olvidados en el tiempo

Los Hocinos de Cuenca

¿Qué conquense no ha paseado alguna vez por los hocinos de Cuenca? recorriendo los senderos paralelos al antiguo canal del agua, labrado en la misma piedra, hasta su inicio en la Cueva del Fraile o la senda que saliendo de las Angustias llega hasta el mismo puente de Valdecabras.
Canal antiguo de suministro de agua a la ciudad por los hocinos de Cuenca

Nuestros hocinos se mueren lentamente ante la pasividad de nuestras autoridades, otras ciudades poseen también hocinos y son potenciados y cuidados, como los de Granada. Al visitar la ciudad quedé asombrado de su cuidado y esplendor. Los hocinos se escalonan en las faldas del Albaicín al murmullo del río Darro y mirando al Generalife, a la Alhambra o a la Vega, recibe las brisas de Sierra Nevada perfumando la ciudad que se extiende hasta el río Genil.

Los de Cuenca no son tan conocidos como los “Cármenes” granadinos pero no por eso no dejan de ser originales y pintorescos. Algunos somos unos enamorados de los hocinos de Cuenca y nos duele que se vayan perdiendo, que sean pasto de los depredadores y carroñeros, al estar un gran número de casas deshabitadas. ¿Qué son los hocinos en realidad? diría que son esos huertecillos que la mano del hombre ha ido modelando, con sentimiento de artista, en los bancales que se han ido aprovechando entre las quebradas de nuestras Hoces del Huécar  y del Júcar, creados por el paso del tiempo y la mano de Dios.

En el Júcar destacaba el hocino de Paco de León y un poquito más allá, medianero a las Angustias, las construcciones adosadas a las rocas, que dan paso al camino por donde las jóvenes parajes les gusta pasear su amor en verano buscando el frescor de la tarde y la paz que desprende el lugar.
Hocino de San Pablo

En el Huécar, el convento de San Pablo se edificó sobre uno de los hocinos, como así consta en la escritura de cesión al convento del 16 de mayo de 1526 y otra propiedad que viene determinada con el nombre de “Huerta Hocino Nogueral”, es el paraje de la Cueva de la Zarza, que va cambiando de nombre según el propietario, en 1483 aparece con la denominación de “Hocino de la Parra”, apellido de su propietario. En 1556 la propiedad pasa al clérigo: “Julián  de la Çarza”, pasando a denominarse “Hocino de la Zarza”, como vemos nombre del antiguo propietario y no del abundante arbusto del lugar.
Hocino de Federico Muelas
En el lado contrario del río Huécar, sobre un saliente del conjunto rocoso se encuentra el hocino del poeta Martínez Kleyser que en herencia disfrutó nuestro Federico Muelas, ahora está siendo pasto del tiempo, perdiéndose lo emblemático del lugar, tornándose en peligroso lugar por los desprendimientos de su edificación.


Hocino del VII Conde de Torino
Otro de los salientes pronunciados y sobre él, la existencia de las ruinas de lo que fue el “Hocino del VII Conde de Torino” José María Queipo de Llano. Nacido en Oviedo en 1786, su madre fue Dña. Dominga Ruiz de Sarabia, que poseía extensas posesiones en Cuenca. José María Queipo de Llano, parte de su infancia y juventud la pasó entre Cuenca, Madrid y Toledo, cursando estudios de Humanidades y Ciencias en Cuenca, Salamanca y Madrid. Es de destacar que fue diputado a Cortes en 1810, polémico nombramiento por no tener la edad de 25 años como exigía la Ley para ocupar ese puesto, pero que un año después se le permitió ocuparlo en virtud de su patriotismo. Fue un auténtico revolucionario que deseaba limitar el poder del Rey fomentando la división de poderes por lo que tuvo que exiliarse a Londres (Inglaterra) al ser condenado a muerte por Fernando VII en el año 1814. A la muerte del Rey, vuelve a España. El 7 de junio de 1835 ocupó la Presidencia del Gobierno. En 1843 fallece en Paris.  

Los Hocinos son como balcones que ofrecen a la mirada la contemplación de un paisaje  maravilloso, es una suave armonía de luz y color, donde predominan los tonos fríos en las mañanas y los cálidos al atardecer. Donde se disfruta contemplando el nacer de la Luna llena al unísono con el sol que se va ocultando entre los tejados de las casas centenarias de la hoz y tumbado en el suelo rocoso, soñar contemplando las estrellas que inundan sus cielos en las noches del estío.

Sin este milagro de los hocinos donde desemboca el laberinto de callejuelas de la vieja ciudad, encaminada hacia el abismo labrado sobre los ríos Júcar y Huécar, no se concibe nuestra Cuenca y esto es lo que más admiran los que nos visitan, el gozo de disfrutar de algo imposible de hallar en otro lugar del mundo.

¡¡No dejemos morir nuestros hocinos!!

 

Cuenca, febrero de 2015

José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico

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